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Paciencia infinita la que estamos teniendo durante la pandemia de la COVID-19. Cancelar la edición de 2020 de Pint of Science sentó como una jarra (o pinta) de agua fría, sobre todo para las sedes que ya tenían cerrado casi todo el tinglado. Las restricciones de movimiento no solo han afectado la cita del festival más esperado en bares. ¿Cuántos planes personales hemos tenido que suspender?
Dando por hecho que estemos siendo responsables, las quedadas para tomar algo en terrazas o las quedadas futboleras en las barras de bar han quedado limitadas y condicionadas. La hostelería continúa sufriendo, pero hay otro sector que se ha visto también agravado: el del turismo. El movimiento de viajeros en 2020 bajó un 70% en todo el mundo comparado con 2019. Aún así no ha habido día que no se hablara de la crisis en el sector.
Algunos estamos que nos subimos por las paredes a la espera de poder seguir descubriendo mundo. No hemos perdido la esperanza: las vacunas nos permitirán viajar tarde o temprano. Sin embargo, por el momento continúa siendo una imprudencia, ya que la salud de los habitantes de nuestros destinos corre peligro hasta que la vacunación no sea masiva.
¿Cuándo llegará ese momento? ¿Volveremos al tipo de turismo al que estábamos acostumbrados? ¿Pasearemos por lugares emblemáticos, nos tumbaremos en soleadas playas o nos daremos una comilona en los restaurantes más recomendados? La pregunta del millón: ¿hasta cuando estaremos limitados por (necesarias) medidas sanitarias de seguridad? La incertidumbre es total. De momento seguimos asediados por posibles nuevas olas de contagios y de variantes del coronavirus.
Aunque no encontremos respuestas aún, hay un aspecto irrevocable: la industria del turismo trae beneficios económicos, sociales y culturales. Como los bares, pero con la diferencia de que la movilidad a grandes distancias produce un mayor impacto en los recursos naturales y en los ecosistemas. Por ello, ya existían voces que llamaban a reconsiderar el modelo de negocio desde hace décadas, sobre todo por las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), que se mantienen vivas en un escenario post-covid con miras a frenar los efectos del calentamiento global.
Entre algunas propuestas para conseguir escenarios más sostenibles se encuentran la aplicación de impuestos contra los GEI, el fomento de nuevas tecnologías menos contaminantes o incluso la aplicación de la economía circular. Además de implantar estrategias empresariales, nuestro planeta y su biodiversidad también desean visitantes más responsables. Millones de personas buscan experiencias en la naturaleza bajo un “peligroso” deseo: disfrutar de esta antes de que desaparezca. Esta tendencia degrada ecosistemas por actitudes irresponsables e insostenibles en más ocasiones de las que nos gustaría.
Al mismo tiempo, la conservación de la fauna silvestre no se ha escapado del impacto de la pandemia: muchos fondos dependían del sector turístico. Por ejemplo, la protección de un rinoceronte blanco en Kenia puede rondar los diez mil dólares anuales.
Numerosos ecosistemas se han visto afectados por la dejadez en su conservación, ya que se mantenían gracias al turismo. ¿Qué ocurrirá hasta que haya un volumen suficiente de visitantes para volver a su conservación? Quizás resuciten algunas prácticas cuestionables, como las actividades de caza en el continente africano, que aportan 200 millones de dólares en beneficios al año a una población local poco receptiva a alternativas y con una clientela esperando la oportunidad.
“De esta salimos mejores” fue el mantra de 2020. ¿Se aplicará al turismo? No parece que vaya a ser así. Ya en el primer año de la epidemia existía poca evidencia de que se fuera a producir un nuevo enfoque y por parte de empresas e instituciones se esperaba volver a la actividad del sector cuanto antes. De esta forma, por motivos económicos las medidas se centraron casi en exclusiva en la “reactivación” (corto plazo) y se dejaron de lado las que potenciaran una “reconfiguración” (largo plazo).
¿Qué prácticas podríamos aportar en nuestros futuros planes de viajes para cambiar la tendencia anterior? Dedicar esfuerzos a distintas alternativas. La primera, no perder la tendencia, casi “obligada” durante la pandemia, de explorar destinos locales o regionales, que han permitido mantener las economías de países como China o Japón. En caso de sobrepasar fronteras, debemos respetar las comunidades con la que convivamos, contribuir a la economía local o concienciarnos previamente del impacto que producimos sobre su biodiversidad (¿quizás un voluntariado medioambiental?).
Por último, para los que cuenten con mayor flexibilidad, desestacionalizar nuestras vacaciones y trasladarlas a otras épocas del año.
Sea lo que sea, te vuelvas a pegar un buen viaje, ya sea a alguna ruta rural en tu región o una semana explorando zonas exóticas, os avisamos: tendemos hacer más el estúpido durante las vacaciones. Quizás aún más con las ganas de volver a salir de casa tras varios confinamientos.
Según el análisis de dos investigadores, en la actividad turística también está presente la “Teoría de la estupidez humana”, desarrollada por el economista Carlo M. Cipolla. Las conductas irracionales, producidas por el contexto de relax vacacional y la ausencia del juicio social rutinario, afectarían tanto al turista como a los habitantes locales, la biodiversidad o los propios destinos. Entre casos destacados, accidentes mortales al tomar selfies, pasajeros que arrojan “monedas de la suerte” a las turbinas del avión (cazados y multados, por fortuna) o gorrones que saltan los muros de un zoo y acaban siendo atacados por un tigre. Ya que la estupidez es imposible de eliminar, los autores del ensayo solicitan a las autoridades más recursos en educación y señalización y, a los turistas, tiempo para reflexionar y así reducir los daños al mínimo. Ahí también debemos invertir nuestra paciencia.
Texto: José F. Ramírez (Comunicación y Financiación - Equipo Local Málaga)
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