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Llega San Valentín y Oh, L’Amour, el mundo se llena de grandes y colorados órganos aórticos… Ya, ya, si ya sé que no tienen esa forma, pero es que este artículo no es de anatomía. Lo que decía: rojos corazones, rosas carmesí, encaje escarlata... Todo organizado para hacernos creer que el amor es ese exceso de glucosa emocional aderezado con una pasión melodramática. Y por un día podemos desbordarnos con esa manifestación lírica de afecto, ¿por qué no? Sin embargo sabemos, o al menos deberíamos a estas alturas de la película (distópica con demasiados tintes de terror), que las relaciones son otra cosa: respeto, cuidado y, sobre todo, trabajo en equipo.
Cuando dos personas deciden compartir sus coordenadas espaciotemporales a lo largo de una función continua en el tiempo, lo hacen con un propósito común y deciden trabajar juntos para conseguirlo, ambos comparten las penas y las glorias, se apoyan mutuamente, y reparten equitativamente los frutos de su esfuerzo. En ciencia, son muchos los ejemplos de parejas que han trabajado codo a codo para cambiar el mundo, aunque, tristemente, solo una parte de la ecuación ha recibido el reconocimiento merecido: los del cromosoma XY. En este artículo quiero rendirle un homenaje a dos de estas mujeres, aunque seguro que se os ocurren muchas más.
¿Empezamos?
Marie-Anne Paulze y Antoine Lavoisier: La química del éxito
Cuando hablamos de la revolución química, todos pensamos en Antoine Lavoisier. Su trabajo sentó las bases de la química moderna, desmontó la teoría del flogisto e introdujo la ley de conservación de la masa. Sin embargo, casi nadie se acuerda de que gran parte de este éxito fue posible gracias a su esposa, Marie-Anne Paulze Lavoisier.
En el siglo XVIII pocas mujeres tuvieron la suerte de recibir una educación como la de Marie-Anne. Hablaba varios idiomas y tenía un talento especial para el dibujo y la ilustración, habilidades que más tarde resultarían cruciales para los avances científicos de su marido.
Cuando Marie-Anne se casó con Antoine, en lugar de limitarse a los deberes domésticos tradicionales, decidió convertirse en su colaboradora científica. Se formó en química junto a él y se encargó de traducir al francés importantes textos científicos, en especial las obras de Joseph Priestley y Henry Cavendish, lo que permitió a Lavoisier estar al tanto de los descubrimientos más recientes en Europa.
Y no solo eso, Marie-Anne documentó, ilustró y editó los experimentos de su esposo, asegurándose de que las observaciones quedaran registradas con precisión. Muchas de las imágenes que aparecen en el "Tratado elemental de química" (1789), la obra que revolucionó la química, fueron hechas por ella. Sus ilustraciones detalladas de los aparatos utilizados en los experimentos facilitaron la comprensión del trabajo de Lavoisier y ayudaron a su difusión.
Además, participaba activamente en los experimentos. No solo tomaba notas y preparaba materiales, sino que discutía los resultados con su esposo, ayudándolo a perfeccionar sus teorías. Tras la ejecución de Lavoisier durante la Revolución Francesa, ella dedicó años a recuperar y publicar su legado científico.
Marie-Anne fue una científica por derecho propio, sin embargo su contribución quedó eclipsada por el peso del nombre de su marido, y la historia tardó demasiado en reconocérselo.
Katherine y James Clerk Maxwell: La armonía cromática del descubrimiento
En mi facultad, Maxwell era casi un dios, hasta el punto de que uno de mis profesores solía decir “Háganse las leyes de Maxwell, y la luz se hizo”. Esas cuatro ecuaciones son como conjuros lanzados por el universo para moldear la electricidad y el magnetismo y atarlos en una sola teoría.
Sin embargo lo que apenas se menciona es que el genio no trabajaba solo; a su lado estaba su esposa, Katherine Mary Dewar, cuya colaboración fue clave en muchos de sus experimentos. Su papel fue especialmente relevante en los estudios sobre la visión del color y la viscosidad de los gases. En su investigación sobre la teoría de los colores compuestos, Maxwell registró observaciones de dos sujetos: él mismo, identificado como "J", y otro observador marcado como "K", que no era otro que Katherine, su compañera dentro y fuera del laboratorio.
Además de servir como sujeto experimental, Katherine colaboró activamente en la realización de los experimentos. Maxwell reconoció su contribución en una carta al físico P.G. Tait, afirmando que Katherine "hizo todo el trabajo real de la teoría cinética".
Tras la muerte de Maxwell en 1879, Katherine organizó y donó muchos de sus documentos y correspondencia, asegurando la preservación de su legado científico.
Aunque su nombre no es ampliamente reconocido, las contribuciones de Katherine fueron fundamentales en los logros científicos de Maxwell, reflejando el papel crucial que muchas mujeres desempeñaron en la ciencia del siglo XIX.
Sí, hoy es San Valentín, así que date un capricho, atibórrate de bombones y ponte algo sexy, pero recuerda que el amor verdadero brilla en el trabajo en equipo. Y ya que hablamos de duplas inseparables, no olvides que el 11 de febrero hemos celebrado el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, una fecha que debería inspirarnos todo el año para dar voz a esas mujeres cuya huella en la historia quedó en la sombra. Porque, como en cualquier gran hazaña, el éxito nunca es solo de uno: siempre es un esfuerzo compartido.
Texto: Patricia Libertad